Así es la vida
Te clavan la mano a la mesa con un tenedor
y te dicen: así es la vida.
Así es la vida.
Han puesto frente a mi casa una máquina expendedora,
brilla, es automática, y grande.
Los viejos, con perplejidad y reverencia,
se quitan el sombrero
cuando pasan a su lado.
La gente echa monedas,
y con su voz metálica la máquina responde:
así es la vida.
Toda el día la escucho
desde mi cuarto, su voz incansable:
así es la vida.
Nada más hace la máquina dichosa
repetir que así es la vida.
¿cómo es la vida? Así.
Por la noche casi no habla,
solo para algún borracho despistado que le pide consejo,
pero su luz ilumina levemente mi habitación.
Su brillo de metal plateado
se pega como una sábana al blanco ahuesado de mis pómulos.
Y qué queréis que os diga,
sí, desde aquí la escucho, y así es la vida,
qué queréis que os diga,
no sé decir otra cosa ya,
en esto me he convertido,
así es la vida, cucurucú;
tantas veces me han clavado la mano
con un tenedor oxidado a esta mesa de formica
que ya me lo he aprendido,
y casi lo puedo corear,
cucurucú,
cuando la escucho
durante tantas, tantas horas aquí metido,
en el brillo del blanco ahuesado de mi cuarto desnudo.
Es hora de salir a la calle
y decir: doctor,
quiero donar mi corazón en vida,
ya, ahora mismo,
doctor, ¿es eso posible?
No lo demoremos más.
La máquina avariciosa abriría sus tripas,
y hacia dentro soplaría absorbiendo nuestros corazones,
y remataría, metálica:
Así, así es la vida.
Y, sorprendentemente, añadiría,
solo para mis oídos:
Sí, te lo vengo diciendo,
así es la vida,
y así es como son las cosas,
pero tú no tienes nada de qué preocuparte,
porque aquí estoy yo para recordarte,
todas las veces que haga falta,
cada día y cada noche,
que así,
que así es la vida.