Duralex

Sostenías un plato
entre las manos enjabonadas,
lo levantaste como un trofeo,
mostrándolo arriba,
sobre tu cabeza.

Parecías la triunfadora
de una muy importante competición tenística,
pero sin saltos, sudor o cintas en el pelo,
más bien, desgana, inevitable seguridad y algo de reto,
eso era lo que había en tu cara.

Y ya con el plato destruido contra el suelo,
ni lo miraste,
era a mí a quien mirabas,
algo parecías esperar de mí.

Yo, siempre atento a tus deseos,
aparté la silla, me descalcé lento,
un zapato, luego el otro,
junté con cuidado los cristales rotos
y sobre ellos,
me puse a bailar.

Creo que así,
más o menos,
fue como todo empezó.

Y pronto te estaba pidiendo:
rompe otro plato, amor mío,
pies ¿para qué os quiero?,
si no es para bailar,
descalzo,
sobre sus cristales rotos.

Repites tus gestos,
de triunfadora, pero fría y ausente tenista:
las manos en alto, el deseo, la dejadez y el jabón,
y yo repito los míos,
me levanto como un trofeo
y empiezo a bailar
sobre los cristales rotos.

Tu casa es vieja y acogedora,
tu casa es como siempre quise que fuera mi casa,
había árboles, losetas antiguas,
un fuego, escalones,
libros y más libros,
plantas y macetas,
papeles pintados en las paredes,
madera y cristales de colores,
y una gran alacena
hasta el techo
toda entera llena de platos.

Platos, cuántos platos tienes,
y cuánto, cuánto te gusta verme bailar.

Ahora hace un tiempo que vivo aquí,
dormitando todo el día entre tibias mantas malolientes,
siempre quise vivir en una cueva,
una protectora cueva,
y tu cueva es como siempre quise que fuese mi cueva.

Solo tengo que estar atento
a lo que esperas de mí:
cuando levantas los brazos y los platos caen,
salgo de entre las mantas y el sueño,
y descalzo,
entre tus cristales rotos,
me pongo a bailar.

Platos, cuántos platos tienes,
y cuánto, cuánto te gusta verme bailar.
Adoro tu casa, tu deseo,
lo que de mí esperas,
y tus manos, siempre llenas de jabón,
pero dime una cosa, diosa de las vajillas,
¿cuánto más voy a tener que bailar?

No creo que fuera un plan,
pero juntaste, previsora,
las vajillas de todos tus ancestros,
regalos de cada una de esas bodas
de las que ahora no queda nada
nada más que estos frágiles, asustados,
y ya condenados platos,

mira,
como en un embudo en el árbol genealógico
todos te han llegado a ti,
sí, son muchos platos,
y generosa los arrojas a mis pies,
y bailo descalzo entre loza y cristal,
que ya no me veo los ensangrentados pies,
allí abajo,
allí, bajo la montaña de platos rotos
rendida muestra del legado familiar.

Está bien, pero dime,
ama y diosa del duralex,
tenista imperturbable,
señora de la loza y el cristal,
¿cuánto más tengo que bailar?

Empecé un día, ya os lo dije,
a bailar por amor
y cuánto, realmente,
te gusta verme bailar;
aquí sigo, a ratos ávido,
pero descalzo a perpetuidad,
saltando de mis mantas calientes
a la búsqueda del cristal,

sí, los pies tras ellos se me van,
pero, dime, diosa del duralex,
ama y señora de la loza y el cristal,
¿cuánto más tengo que bailar?
sí, dime ¿cuánto más tengo que bailar?