Coleccionista de caras sin nombre

El coleccionista de caras sin nombre saca libros y más libros,
los lomos escritos en letras doradas,
los abre, los muestra
y nos pone más té.

El salón del coleccionista está abarrotado
de todo lo coleccionable,
su especialidad son los antiguos, abandonados,
álbumes de fotos,
hay cientos de ellos en las estanterías,

Los señala, los mira y nos dice:
no queda nadie, no queda nadie,
nadie que diga, mira,
esta es la tía Laura, este el abuelo Luis;
Lucía, Marta, Antonio, María,
todos se han muerto,

son libros huérfanos,
sin nadie en la vida
que pueda dar nombre a esas miles de caras
que llevan dentro,

no solo ya no están los que ahí salen, los fotografiados:
Luis, Laura, María, Esperanza;
si no que tampoco están los que aún podrían nombrarlos,
los que un día se sentaron con los libros en el regazo
y pensaron que visitaban el pasado.
Tampoco ellos quedan.
Son muchos en este salón los que ya no están.

Sirve el té en tetera, hay poca luz,
estamos sentados en una mesa redonda
llena de esos pasmosos libros abiertos.
Podría parecer que estamos participando
en una sesión de espiritismo, le digo.

Espiritismo, asiente, parece gustarle:
sí, soy un espiritista,
y de alguna manera les alargo mi mano
para que puedan agarrarse,
dice el coleccionista de caras sin nombre
mientras estira el brazo,
y parece el brazo más largo del mundo,
necesita de varios minutos
para desenrollarse y estirarse del todo,
y parece que pudiera atravesar paredes
y espacios-tiempos,
y colarse en el más allá,
y arreglarle el pelo sin prisa y con cariño
a hermosas mujeres muertas
que desde allí le sonríen.

Se para, piensa, camina nervioso por la habitación.
Y al otro lado ¿cómo son los álbumes familiares de fotos?
Nos pregunta, se pregunta,
riéndose, pasándose la mano por el flequillo.

¿Qué ven los muertos,
allí, en las ratoneras de los muertos,
cuando se juntan a mirar las fotos
de los momentos de su vida?
¿Ven estos mismos libros,
se sientan en mesas como esta,
toman té de muertos
y despliegan los libros con los momentos de su vida
mostrándoselos a sus amigos?

Dice, señala y acaba:
souvenirs de la vida, vistos por los muertos;
souvernirs de la muerte vistos por los vivos.

El coleccionista de caras sin nombre
parece acariciar unos sedosos rizos blancos
entre sus dedos:
Emilia, Esperanza, Javier, Lorenzo, María;
mientras saca más teteras, más álbumes de muertos,
hasta que me voy, casi me escapo,
y salgo a la noche.

Veo la pálida luz amarilla brillando arriba en el salón,
me doy cuenta de que no le he preguntado su nombre,
ya es solo el coleccionista,
el coleccionista de caras sin nombre.

Me giro, me pierdo por las calles,
hay gente comprando, bebiendo, paseando.
Se gritan, se quieren, se tocan.
Hay semáforos, luces, señales, frío y viento.

Me dejo envolver en la ciudad
como en una manta,
me arremeto entre los edredones,
me dejo acunar,
cierro los ojos,
y me apretujo de vuelta en la vida.