¿Hasta dónde llegan las balas?

¿Hasta dónde llegan las balas?

Avanzamos en el cajón del camión, en silencio.
El frenazo
nos hace tocar con los brazos las espaldas de quienes nos rodean.
Podríamos caer como un montón de bolos,
pero no, aquí seguimos
de pie.

Abren la trampilla,
hay hombres armados.
Un hombre con sombrero nos mira desde el centro de la carretera.
Señala a uno de nosotros,
justo a mi derecha.
Le dice:
Salta, ven aquí. Salta y camina.
Hacia allá, cuenta cien pasos.
Todos, en silencio, contamos con él.
Noventa y ocho; noventa y nueve; y cien.
Se gira.

También el hombre del sombrero se gira,
¿hasta dónde llegan las balas?
pregunta.
Vuelve la vista hacia el hombre que espera en la distancia.
Bang bang.
Hasta allí llegan las balas.

Entonces, tú;
anda hacia allá y cuenta ciento cincuenta pasos.
¿Hasta allí llegarán las balas?
Contamos, claro que contamos, con él.
Veinticinco, cincuenta, setenta y cinco, cien,
ciento veinticinco, ciento cincuenta pasos.
Bang bang,
sí, en efecto, hasta allí llegan las balas.

Así que tú, tú mismo, ¿sabes contar?
Quedamos menos. Un muchacho asiente a mi lado y baja.
Muy bien, ven.
Camina hacia allá.
Cuenta doscientos pasos hacia el horizonte
y quédate quieto.
Bang bang,
hasta allí llegan las balas,
también hasta allí llegan las balas.

Venga, venga usted, el del fondo.
Veamos, camine hacia allá y cuente sus pasos.
Al llegar hasta doscientos cincuenta
gírese, por favor, y espere.
Bang bang, ahí van.
¿Hasta allí llegan las balas?
sí, hasta allí llegan las balas,
también hasta allí llegan las balas.

Y entonces me señala a mí.

Bajo del camión,
camino los trescientos pasos que me pide que camine.
Rodeo los cuerpos abandonados de mis compañeros,
a los cien, a los ciento cincuenta, a los doscientos,
y a los doscientos cincuenta pasos.
Pienso en salir corriendo,
pero es probable que hasta aquí lleguen sus balas.
Doscientos noventa y nueve, y me giro.
Veo en la distancia al tipo apuntando.
Bang bang,
veo, veo la bala que vuela hacia mí,
la veo dirigirse directa a mi frente.
Qué gran puntería tiene el hombre del sombrero.

La bala parece ralentizarse,
inicia un vuelo descendente,
como si estuviese cansada de tanto camino,
y cae a mis pies;
rendida e inerte sobre mis pies.
Todos me miran, yo los miro.
Justo hasta aquí,
justo hasta mí, aquí, llegan las balas.

Creo ver un gesto contrariado en la mirada del hombre,
carga de nuevo la pistola,
avanza unos pasos
-¿cuántos pasos, tres, cuatro?: cuatro, creo contar-,
y apunta de nuevo,
qué gran tirador, hacia mi frente.
Bang bang.
Retrocedo esos mismos cuatro pasos y miro la bala volar hacia mí,
miro la bala ralentizarse
y miro la bala exhausta caer a mis pies.

Veo al hombre del sombrero adelantarse de nuevo unos pasos,
procuro contarlos, retrocedo los mismos pasos,
veo caer la nueva bala, de nuevo,
a mis pies.

El hombre avanza, yo retrocedo.
Corre avanzando, corro retrocediendo.
Dibujos animados.
El camino es largo, el día joven,
sus cargadores son muchos y repletos,
él avanza, yo retrocedo.
Me digo hasta aquí,
sí, justo hasta aquí, llegan las balas.