Una historia general de la destrucción

Utilizarán bombas muy específicas,
destruirán a los pelirrojos de mediana edad,

otras caerán sin más dilación ni duda,
y acabarán con todos y cada uno
de nuestros semáforos, en verde, en rojo
en ámbar.

Los pasos de cebra no tardarán mucho en ser,
a su vez, completamente borrados de nuestras vidas,
bombas muy específicas se encargarán de ello;

ni un bar de desayunos ha de quedar,
con todos sus cruasanes y sus cucharillas
serán en un suspiro aniquilados,
por bombas muy específicamente para ello creadas.

Y las habrá también,
míralas llegar,
para personas con coleta, para mujeres teñidas,
para calvos, melenudos,
para señoras con rulos,
para las modelos con cascadas de brillante pelo
en los anuncios televisivos
de los más caros champús;
extensiones, rapados,
delirios capilares de futbolista loco;
no importa lo que hagas con tu pelo,
no importa lo que inventes:
bombas muy específicas han de caer,
perfectamente diseñadas,
para la destrucción de tu bello peinado.

Cada silla de este mundo,
cada asiento numerado, cada asiento sin numerar,
cada trono ocupado, cada butaca vacía;
cada calamar rebozado, o a la plancha, o en bocadillo o en paella;
cada flamante dispositivo tecnológico
con su olor a plástico y a muerte,
y sus pequeñas baterías, sus alarmas, sus avisos;
cada uno de los megabillones de ceros y de unos
que vienen formando nuestra muy amada
realidad digital;
cada prenda tejida
con amor, desesperación, dolor o vanidad,
en Pakistán, Bangladesh, China, Elche o París;
todas y cada una tienen ya preparada su bomba,
bombas terriblemente concretas,
sin dudas ni dilaciones,
específicas hasta el inhumano dolor,

también contra él, contra el inhumano dolor,
habrá una bomba,
nada se ha de quedar sin su bomba
en esta terrible historia general de la destrucción.

Mirarás al cielo y podrás adivinar:
mira, aquella debe de ir dirigida
contra la extraña y sabrosísima fruta de la pasiflora,
que es roja y encendida,
y de un sabor profundo e indescriptible
en su momento de maduración,
a por esas maduras maravillas debe ir esa bomba dirigida;

y más a vuestra derecha
podéis ver la muerte pintada con claridad
sobre las muy brillantes carcasas que del cielo caen;
la muerte de los que todo lo saben,
la de los sabelotodos, también de los sabelocasitodos,
pero también la de los sabenadas,
y de paso, también, la de los sabecasinadas,
la de los especialistas, la de los legos,
la de los auténticos libros de instrucciones,
la de aquellos que dieron solo palos de ciego,

la de los que anunciaron conocer
cómo son las cosas y las cosas como son,
la de los que solo oyeron campanas, campanas y campanas,
la de los que algo supieron, pero ya no saben el qué,
la de los que nada, nunca más, quisieron saber,
la de aquellos que sabían qué hacer el día de mañana,
la de aquellos que no supieron qué hacer con el día de hoy,

míralas cayendo, en el cielo, a cientos, a miles,
tan ajenas, tan brillantes,
y tan específicas.

Nada se ha de quedar sin su bomba
en esta muy específica historia general de la destrucción.

Pulcras bombas arrasarán
específicamente los quicios de las puertas.
Otras actuarán sobre los cristales,
y sobre los cristales rotos otras habrán de caer,
y los harán polvo, microscópico polvo de cristal
que flotará afilado por los aires.

Bombas contra cada sonrisa y cada lágrima que puedas recordar
en la cara de tus seres queridos,
de tus seres menos queridos,
en la de aquellos que alguna vez, por un momento, odiaste,
en la cara de cada uno de los seres
con los que alguna vez te cruzaste por la calle,
y en la de todos aquellos que no tuviste,
ni por asomo, la menor noción de su existencia.

Una bomba muy específica está preparada,
esperando, para cada uno de ellos,
ya se sientan especiales, o normales, o integrados,
o diferentes, o excluidos, o rabiosamente marginales,
o simplemente uno más, uno de tantos,
uno que desapercibidamente pasaba por aquí,

ya se sientan genio individual o masa silenciosa,
sí, para todos habrá una,
porque nadie se ha de quedar sin su bomba
en esta muy aplicada, puntillosa, exhaustiva,
historia general de la destrucción.

No protestes, no importa que protestes,
contra tus protestas vienen ya en camino
unas muy especificas, terriblemente destructivas, bombas.
Esas personas que ves sobre las aceras destruidas
bien que lo saben,
y mira, sin embargo protestan,
y caen las bombas contra esas protestas,
y las barren del mundo,
y caen nuevas bombas contra el recuerdo
que esas protestas dejaron en quienes alguna vez las vieron,
y mira,
aplastan,
descerrajan,
eliminan
cada uno de esos recuerdos
y los hacen polvo, microscópico polvo de memoria
que flotará afilado y desorientado por los aires.

En las aceras destruidas
hay personas que se agitan como espantapájaros,
debe ser la forma más elemental de protesta,
seguro que ya hay bombas siendo enviadas contra ellos,
contra la dignidad última
de los que abandonados en las aceras destruidas
protestan, agitándose como espantapájaros,
mira, aunque de nada sirva.

Será, ya está siendo, una lluvia constante,
con un poco de práctica y atención
podrás reconocer, en los cielos,
contra qué va específicamente dirigida
cada una de esas bombas,
y nada podrás hacer,
si no despedirte, decirles adiós,

decirle adiós a todo lo que amaste,
decirle adiós a las canciones de Leonard Cohen,
a las de Joy Division,
y mira allí, también a las de Buddy Holly,
dile adiós a todo lo que amaste,
a todo lo que aún no has amado
y ya nunca habrás de amar,
es un carnaval horrendo en los aires,
bajando del cielo,

nada, nada se va a quedar sin su bomba
en esta muy horrenda historia general de la destrucción.

Por supuesto, ya lo estabas esperando,
ahí, la has reconocido,
ahí viene la tuya,
y te encuentra, y acaba contigo mientras estás,
con un gesto muy extraño,
diciéndote adiós a ti mismo con la mano.

Esta terrible historia de destrucción
sigue, sin ti, su curso,
y, cuando ya nada quede,
soltarán casi las últimas y muy necesarias bombas,
específicamente diseñadas para destruir
los restos de bombas específicas que pudieran quedar,
a las que añadirán otras específicamente diseñadas
para borrar el rastro,
la memoria de la existencia misma de esas bombas,

por si algún ínfimo latido de recuerdo pudiera quedar,
por si algún ínfimo latido de algo pudiera quedar,

entre la nada devastada
de esta historia,
hasta aquí contada,
de la destrucción,

también contra ella habrá una bomba,
porque nada, nada, se ha de quedar sin su bomba
en esta historia
general
de la destrucción.