Máquina de amor y precisión
Si yo tuviera una guillotina
cortaría las tartas de cumpleaños
con un corte perfecto, clínico, certero,
si yo tuviera una guillotina
cortaría mis historias de amor
con un corte definitivo, temprano, certero.
Si yo tuviera una guillotina
si yo tuviera una guillotina
si yo tuviera una guillotina
cuantas cosas guillotinaría.
No pararía,
poca pausa y descanso habría
para mi hermosa máquina de amor y precisión.
Los sábados por la mañana la limpiaría y la engrasaría
en la puerta de casa,
junto a los vecinos
que limpian y engrasan sus coches,
me mirarían primero sorprendidos y luego asustados,
mientras el brillo de los dientes en mi sonrisa
y el de la afilada hoja de mi guillotina
rimarían como un poema
ante los dorados rayos de sol
en esta hermosa mañana de sábado.
Tus cortes de pelo, el dobladillo de los pantalones,
cortes de mangas, de tráfico, de césped, de agua,
mayonesas cortadas,
cortes de digestión en lagos y playas,
prepucios, coletas, cien gramitos de jamón de yor
y cómo olvidarme de tus bellas uñas,
no, no me olvido,
también de ellas daríamos cuenta
si yo tuviera una guillotina.
Si yo fuera un avestruz
no escondería la cabeza en un agujero,
la pondría sobre el mullido reposa cabezas,
miraría las nubes en lo alto,
la multitud expectante, enfrente,
y serena y fría, sobre mí,
la cuchilla afilada,
levemente temblorosa,
agitada por el viento.
Créeme, no escondería la cabeza,
todo pendería para mí de un hilo
si yo tuviera una guillotina.
Si yo tuviera mi guillotina,
mi hermosa máquina de amor y precisión,
la llevaría allí donde fuera,
al servicio, siempre,
de la revolución
y de tu corte de pelo.
Años hechos añicos
Quizá cumplo años hoy o quizá no,
pero esto seguro es un bar
y en la barra pido un café,
un cafelito, un cafelillo,
un café con leche, en vaso, por favor,
hasta arriba, hasta el mismo borde,
y más allá, mucho más allá, si usted pudiera.
Lo agarro con las dos manos, los pulgares arriba,
el resto de los dedos haciendo grapa bajo el platillo,
y me voy fuera hasta ese hermoso columpio
que luce brillante en esta tarde primaveral
en que cumplo años, o en que quizá no,
y lo coloco sobre el asiento, centrado,
café, platillo, cucharilla, azucarillo,
con todos sus illos,
y lo empujo levemente,
como animándolo, como reanimándolo,
lo mezo, lo acuno, lo bamboleo,
lo dejo ir,
y allí va,
¿te empujo, te columpio?
sí, te empujo, te columpio,
y pronto el café deja estelas iridiscentes
en esta tarde en que cumplo años o quizá no
y rápido y seguido todos estos illos besan la tierra,
la destrucción, el fin, la nada, el desastre,
y el liquido se derrama
y el cristal y la loza se hacen hermosos añicos,
hermosos años destruidos ante mis ojos culpables.
Debatía mi alma
entre el puro placer misantrópico,
el de mandaros a todos de una vez a tomar por culo,
y el puro amor,
el de pediros que vengáis aquí, ya, hijos, hijas, hermanos, amigas,
que os abrace fuerte entre mis extremidades de oso,
y entre esas dos purezas así me debatía,
en esa suerte, en esa danza,
en ese vaivén,
todo el tiempo me debatía
como si el cuerpo entero
me lo estuviesen comiendo pulgas en disputa,
así que volví de nuevo al bar
y con la mano levantada,
y girando el dedo en el aire,
pedí un nuevo cafelillo, otro, justo,
ni más ni menos,
como el de antes.
Y en el asiento del columpio lo coloco
y lo lanzo a su suerte, a su danza,
a su vaivén.
Y pasa la tarde y con fiereza maníaca vuelvo a por otro,
y a por otro, y a por otro más,
que ya saben cómo me gusta.
Se miran, se ríen y comentan entre ellos,
¿cuántos son ya, seis, siete cafés?
No se entretengan, ¡no se entretengan!,
creo que grito.
De vuelta en el columpio
una madre se acerca con su vástago de la mano
y algún tipo de reclamación,
mi chiflada mirada parece bastarse
para alejarla.
Por que este columpio es entero para mi cafelillo
que se bambolea espigado en el aire
antes de estallar
en el suelo sembrado de los añicos de sus compañeros,
celebrando que quizá hoy es mi cumpleaños o que quizá no,
años hechos añicos,
afilados cristales del pasado,
azucarada nada del porvenir,
y me debo de estar riendo muy fuerte,
sí, creo que me estoy riendo muy fuerte.
No tardo en volver adentro,
juraría que todos me miran,
pero a mí qué,
a mí nada,
a mi solo me interesa mi cafelillo,
venga, arreando,
que aunque tenga este
y todos los días del mundo para perderlos
no es aquí donde quiero hacerlo.
Seguramente ya me estuvieran insultando
los castizos camareros,
pero yo hacía oídos sordos,
soy campeón mundial en oídos sordos,
y ávido correteo con mi nuevo café
camino del columpio, y digo
yo te quiero, Mari Carmen,
yo os quiero, Laura, Lucía, Leire, Luisa, Lali,
podría agotar el gran libro egipcio de los muertos,
el gran libro de los nombres, la entera nomenklatura,
a todas os quiero, para todas tengo amor y pesadumbre,
lástima que todo aquello terminara,
lástima, Laurita, que todo terminara tan mal,
sí, otro café, por favor.
De vuelta en mi columpio,
con el café humeante y recién colocado,
una cría me pregunta
si quiero, si me importa, dice,
que sea ella quien lo empuje y lo columpie.
Lleno de amor por la humanidad
le digo que claro que sí, que cómo no.
Y lo hace, y la animo a que le de más fuerte,
más arriba, hasta el mismo cielo.
Pero se va a caer, me dice con la mirada,
pues que caiga, le digo con la mía.
Parece encantarle, y allí van,
al cielo van,
el café, la cuchara y el azúcar volando por los aires
hasta juntarse con la montaña
de cafés, cucharas y azúcares del suelo.
La niña sonríe, yo también.
Y allí van también mi rabia, mi tristeza, mi frustración,
mi darme con la cabeza contra las paredes,
convertidas ahora en algo gracioso, o divertido,
o en simplemente en algo,
y así procuro que las gotas que inevitablemente caen
del café que ahora mismo arrastro
formen una hermosa línea recta
-más o menos hermosa y más o menos recta-
entre el bar y el columpio,
los polos alternos del delirio que me lleva y me trae
en esta nueva y hermosa tarde de mi absurda vida.
Y coloco con delicadeza este nuevo café
donde los anteriores estuvieron y comienza el balanceo,
que se convierte pronto en agitado vaivén,
en alocado ir y venir,
en salvaje voladura,
y el aire de este día que quizá sea mi cumpleaños, o quizá no,
se llena de micropartículas doradas
de aerosol de café,
aerosol, aspersor, arcoíris de una nueva y hermosa tarde
de mi absurda vida.
¿Cuántos cafés se va a tomar caballero?
Creo escuchar,
qué tontería, yo no tomo cafés,
yo los columpio,
creo decir,
mientras chapoteo en mi charco de café,
mi lago de café con leche,
mi mar interior, mi mediterráneo,
mi océano de cafelaso.
¿Qué es la oceanografía?
Quisiera saber qué es la oceanografía
para aplicarla ahora mismo
a este, mi mar de café con leche
que se convierte en río,
en cascada salvando los escalones hasta la calle,
y entonces, en riachuelo
en busca del sumidero,
así mi vida se deshace
en esta estúpida, maravillosa, idiota y gloriosa tarde
de este día que ahora acaba,
este día en que quizá cumplo años,
o en que quizá no.
Donde los galgos
Donde los galgos.
Sweet home andalucia,
Lord, im coming home to you.
No no salgas al jardín con los niños
no salgas
que es ahí donde ahorcan a los galgos
no dejes a los niños jugar
entre los galgos muertos de esta mañana
los podridos de moscas de hace unos días
y los amojamados los galgos momias
que llevan ahí meses
como piñata que nadie ha querido
no no salgas con los niños
no los lleves con las varas
no salgas con los niños
donde los galgos muertos.
Gente sin Wikipedia
Ya cada vez quedamos menos,
menos gente sin Wikipedia,
ellos son cada vez más,
y nosotros somos cada vez menos.
No vengo pidiendo nada,
solo quiero dar testimonio
de cómo es nuestra vida
abajo.
Nos escondemos en cuevas
y nos vestimos con harapos,
nos peleamos por los huesos
arrojados desde arriba
por graciosas gentes con Wikipedia.
Aquí no hay orden,
ni belleza, ni clase, ni tacto,
somos gente sin Wikipedia.
Y claro, aquí nada despreciamos tanto
como a la gente sin Wikipedia.
Como odio esta horrible caverna,
sucia, oscura, maloliente, sin clase, tacto
y lo que es peor,
con una horrible conexión a internet.
Somos los que quedamos, la escoria, el resto,
en verdad para una sola cosa servimos,
para adoraros como nadie más os adorará:
como monjes antiguos
repasamos y nos aprendemos de memoria
las líneas de vuestras hazañas,
las maravillas de vuestras vidas
llenas de sentido,
para eso hemos quedado,
para adoraros,
para reverenciaros,
oh hermosa gente con Wikipedia.
De vez en cuando uno hace la maleta,
nos da la temblorosa mano
y sin atreverse del todo a mirarnos a la cara,
se despide.
Allí va, se marcha, uno más con Wikipedia,
adiós, adiós.
Y es que cada vez quedamos menos,
menos gente sin Wikipedia,
ellos son cada vez más,
y nosotros cada vez menos.
El ciclo del agua
Cuando tenía siete años una rata
me mordió en el talón de Aquiles,
pateaba horrorizado el aire
mientras el animal
se desplazaba de un lado a otro
enganchado a mí,
mordiendo desesperado,
sin soltar sus dientes
de mi pequeño y elástico cartílago.
Fiebre, miedo y meningitis,
algo enfermo debió de contagiarme,
porque lo siguiente fue que estuve en coma
durante dos meses.
En verdad fue más parecido a un punto y coma,
así es que estuve en punto y coma
durante los dos meses siguientes,
y una vez de vuelta
no reconocía a mi padre, ni a mi madre,
ni a los vecinos, ni mi casa, ni los juguetes,
tampoco a la profesora
o a mis compañeros de clase.
No reconocía nada,
pero hice como que los creía,
como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,
entre otras cosas
porque no tenía ningún otro sitio adonde ir.
Años más tarde,
mucho tiempo después,
me invitaron a tomar asiento
en una larga serie de acolchados sofás,
dentro de una igualmente larga serie de habitaciones
con temperatura contralada y estable,
me explicaron, de manera paciente y detallada,
que mi familia, y yo mismo,
éramos entidades severamente desestructuradas,
pura desestructura, un puto desastre,
mi familia y yo mismo ferozmente punto y coma,
me dijeron que era un mecanismo de defensa
y que me lo había inventado todo,
quise preguntar si lo de la rata y el coma también,
pero no dije nada,
para qué,
si en verdad sabía que mentían,
pero hice como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,
entre otras cosas
porque no tenía nada mejor que creer,
y ningún otro sitio adonde ir.
Mira por la ventana, date un paseo,
adora y besa todas esas estructuras.
Los árboles, dios mío, qué hermosas estructuras,
mírala en sus hojas, pasa por ellas tus dedos.
Mira las nubes, la lluvia, los charcos,
el calor, la evaporación, las nubes de nuevo.
El ciclo del agua.
Abrazaría su estructura
como si fuera mía,
la miraría a los ojos, la abrazaría,
y contra toda evidencia
la reclamaría como mía.
La mía era una familia desestructurada,
una familia de estructura variable,
una estructura voluble,
casi acuática,
agua dentro de agua dentro de agua,
quizá por eso mis tobillos estaban a la vista esa tarde,
estábamos en un prado
y había llovido y había charcos,
y debía ser invierno porque la yerba
era alta y tenía gotas redondas como lupas verdes,
recuerdo el roce de la yerba mojada en mis tobillos.
Hacía mucho que los pantalones
se me habían quedado chicos,
y qué decir, tampoco llevaba calcetines,
entre unos cuantos acorralamos a la rata,
y quizá por que mis tobillos estaban a la vista,
y los de los otros no,
el animal
me eligió a mí,
y casi pareció lógico, casi pareció una rima,
mi talón de Aquiles y sus dientes,
y algo debió de ir muy mal porque lo siguiente
fue un punto y coma de dos meses,
y una vez de vuelta
no reconocía a mi padre, ni a mi madre,
ni a los vecinos, ni mi casa, ni los juguetes,
tampoco a la profesora
o a mis compañeros de clase,
nada,
tampoco los sofás acolchados
ni las habitaciones con temperatura perfecta.
Pero hice como que los creía,
como que me lo creía todo,
hice como que me lo creía todo,
todo aquello, hice como que me lo creía,
entre otras cosas
porque no tenía nada mejor que creer,
y ningún otro sitio adonde ir.
Directo a la posteridad
En pasta, en cash, en talegos, en money:
¿Cuánto cuesta en total pasar a la posteridad?
¿Cuanto hay que soltar,
al pasar por caja en el camino directo a la transcendencia?
¿Cuánto para hacer que
mis poemas, mis canciones, mis películas,
brillen sonrientes en la posteridad?
¿Cuánto para que ocupen
un elegante y discreto, pero bien visible, nicho del futuro?
Los anuncios, las entrevistas programadas,
la publicidad a doble página,
los envíos, almuerzos y whiskies a críticos y comisarios,
lo que sea necesario,
ponerte, en fin, en las manos correctas,
sí, ¿cuánto?
¿Por cuánto le salió al Dante,
a Miles Davis, a Héctor Lavoe,
a Idea Vilariño, a Robert Frank?
¿hay packs, ofertas, tramos, soluciones integrales?
¿Cuánto a Cernuda, a Murnau,
a Lou Reed,
a Cayo Valerio Catulo?
Mis poemas, mis canciones, mis películas
brillarán sonrientes en el mundo por venir,
así que me pongo en pié,
y levanto una mano y pregunto
por un poquito de posteridad,
¿cuánto es, cuánto cuesta
y dónde y cómo, cuánto es?
¿hay packs, ofertas, tramos, soluciones integrales?
¿cuánto cuesta la trascendencia,
poner mis pies
para siempre
en la puta posteridad?
O sino, por otro lado,
tan solo quedarme quieto
y guardar ya por siempre
silencio,
por siempre, silencio, ya.
El cristo de los post-it
El cristo de los post it.
Vi una película hace un tiempo
se veía un cristo en blanco y negro
el pelo le caía sobre el pecho
parecía agotado de sufrir
y ahora creedme
empezaron a aparecer pequeños papelitos
post it de color amarillo fosforescente
sobre su cuerpo
que fueron poco a poco cubriéndolo
por completo.
Soy devoto seguidor del
humilde, sufriente,
hermoso cristo de los post its.
Creedme
le nacen de su cuerpo
como las escamas al pescado
caen y alfombran fosforescente
de flores amarillas el suelo.
He visto a fieles desconsolados
arrojarse tras esos pequeños papeles
que vuelan ondulantes al desprenderse
del cuerpo enjuto
de nuestro señor de los post its
buscando señales mensajes
dirección
o consejo.
Nada nada hay escrito en ellos
quizá solo preguntas sean
o simplemente nada
post its vacíos que caen al suelo.
Vaya milagro tonto nos dicen todos
y nos quedamos otra vez solos
me dejo entonces de nuevo flotar
sobre el oleaje de este hermoso y creciente mar amarillo
donde nada de nada está nunca escrito.
Cómo no ser devoto del cristo de los post its.
Le nacen de su cuerpo
como las escamas al pescado
y caen y alfombran amarillo el suelo
como flores fosforescentes.
El tiro de gracia
Y sorprendida, y a ratos aliviada y a ratos agotada, se pregunta
¿y por qué los tiros de gracia no me alcanzan a mí?
¿por qué no hay tiros de gracia para mí?
Cada una de estas escenas está basada,
en una manera u otra, en una historia real.
Al alba llegaron con sus motos y sus camiones,
los sacaron a todos y los reunieron en la plaza.
Habían descubierto una gran hondonada a la salida del pueblo
y hasta allí los hicieron marchar.
Los obligaron a desnudarse.
Ella se abrazó a su madre y a sus hermanos
y cuando escuchó los disparos cayó.
Horas después intentó moverse.
Los cuerpos muertos de su familia la aprisionaban.
Notó como alguien tiraba de su pie y la sacaba.
Era un chaval de su edad.
Todos los demás, todos a los que ella conocía,
no muchos, no más de doscientas personas,
toda su familia y todo su pueblo, estaban allí,
muertos, fusilados.
El chaval la ayudó a ponerse en pie.
No se les ocurrió otra cosa que gritar
preguntando si había alguien más con vida.
No nos han dado el tiro de gracia,
sabes qué es el tiro de gracia, preguntó él.
no, contestó ella girando la cabeza,
mientras se adentraban y ocultaban en el bosque
que allí mismo empezaba.
Años después, sigue la guerra,
quizá la misma o quizá sea otra,
ni él ni ella pueden estar muy seguros,
pero no hay duda de que la van perdiendo,
no hay duda de que son otra vez ellos los derrotados.
No tienen municiones, ni comida, ni agua,
llueve, están helados, agotados y hambrientos.
Todas aquellas tierras parecen siempre la misma,
quizá lleven horas dando vueltas en redondo.
Son parte del ejército perdedor, deshilachado,
abandonado en grupos perdidos por las montañas.
Los encuentran, los hacen esperar amontonados bajo la lluvia
mientras saquean una granja.
Escuchan las peticiones de auxilio desde la casa,
y los gritos de miedo y horror de una mujer,
al rato los soldados salen de allí con gallinas en los brazos,
apurando botellas de vino y celebrando con gritos y carcajadas.
No hubo apunten, listos, y fuego,
pocas formalidades,
los pusieron en pie y sin más los dispararon.
Los soldados siguieron allí mismo,
bebiendo mientras asaban las gallinas,
comiendo y bebiendo hasta reventar.
En algún momento ella se atrevió a abrir los ojos.
Desde su posición podía ver el fuego reflejándose en las ramas altas.
No podía estar segura,
pero notaba el pulso y el tacto caliente de una mano bajo la suya.
Él se quedó haciéndose el muerto,
la cara llena de la sangre de sus compañeros.
No podía estar seguro,
pero sentía el pulso y el tacto caliente de una mano sobre la suya.
Amaneció, hacía rato que no escuchaba nada,
levantó la cabeza
y vio que ella le miraba.
Se miraron largo rato,
pestañearon.
Vieron que los soldados dormían profundamente.
Se levantaron en silencio,
se deslizaron entre los muertos,
se dieron un momento para comprobar
que efectivamente estaban muertos,
y quizá para comprobar a la vez
que ellos mismos estaban vivos.
Se cogieron de la mano y se perdieron
sin hacer un sonido
entre las primeras luces del día.
El tiro de gracia, no nos lo han dado, dijo él,
no, nos lo han dado, dijo ella.
Casi en silencio se dijeron,
no nos han matado, y no nos han rematado,
rematar es volver a matar,
y mira, estamos vivos, ¿estamos vivos?
sí, estamos vivos.
Años después,
es otra guerra o quizá es la misma guerra,
ni él ni ella pueden estar muy seguros,
pero por lo que parece no hay duda de que van perdiendo,
lo que es seguro es que otra vez
son ellos los derrotados.
Los llevan de madrugada
en la trasera repleta de un camión, por la ciudad desolada.
Clandestinos, supervivientes, opositores,
tratan de reconocerse
bajo las luces de las farolas, amarillas e intermitentes.
El camión se detiene en un vertedero.
Los hacen bajar y caminar sobre la basura.
Cuando se les hace evidente que van a matarlos
salen corriendo en todas direcciones,
los tiros suenan, retumban,
y alumbran y desalumbran los cuerpos que van cayendo.
Cuando todo ha acabado
el que parece estar al mando ordena que giren el camión
para que ilumine la escena,
y se pasea pateando los cuerpos desmadejados sobre la basura.
Suben de vuelta al camión
y desde allí, ya arrancados y en movimiento,
ordena que disparen al bulto de los muertos,
quizá por que no ha tenido suficiente
o quizá solo por hacer bien las cosas,
ni él ni ella podrían decir porqué,
ni el ni ella pueden decir o tratar de entender nada de nada.
Cuando el camión se ha perdido ya en la noche,
se palpan los cuerpos,
el suyo propio
y el del otro,
y se levantan de entre los muertos,
y rodeados de sangre y basura
se preguntan en silencio
¿y por qué los tiros de gracia no me alcanzan a mí?
¿por qué no hay un tiro de gracia para mí?
mientras avanzan a trompicones,
como si arrastraran consigo
todos los cuerpos que allí atrás han quedado
hacia las calles oscuras donde la ciudad empieza.
Años después, quizá sea en la misma guerra o quizá sea en otra,
ni él ni ella pueden estar muy seguros,
pero no hay duda de que la van perdiendo,
es otra vez seguro
que son ellos los derrotados.
Están ahora en un cuartel militar rodeados por soldados
mucho más jóvenes que ellos.
Aunque es fácil ver que están temblando
se esfuerzan en aparentar odio y desprecio en sus caras de niño.
Guerrilleros, sublevados, insumisos, rebeldes,
traidores a la patria.
Los han separado, mujeres a un lado, hombres a otro,
han pasado la noche en aquellos dos cuartos de baño,
rodeados de solería blanca,
llamándose y contestándose a través de los finos tabiques.
Debe ser una tradición marcial, los fusilamientos al amanecer,
y ya está, ya amanece, y los ponen en pie,
y comienzan las balas y los gritos,
y los cuerpos que caen,
tanto él como ella,
cada uno en su correspondiente cuarto de baño,
pudieron observar durante un mínimo instante
como las balas rojas se clavaban en el alicatado blanco,
y ambos se preguntaron,
¿rojas?
y ambos se respondieron,
si, claro, rojas.
Las balas atraviesan nuestros cuerpos
antes de encontrar su sitio en los azulejos.
Seguirían corriendo hasta agotarse, si pudieran,
quizá, tal vez las balas lo que hacen es buscar desesperadas su sitio,
hasta que al fin lo encuentran,
piensan ambos,
cada uno en su cuarto de horror y muerte,
mientras caen desmoronados entre los estruendos
y los cuerpos y los azulejos rotos.
Abre los ojos, todo es rojo, los cierra,
suenan vehículos que se alejan,
y, a lo lejos, la hélice de un avión.
Escucha unos golpes al otro lado del tabique,
en el cuarto de horror de las mujeres,
tac, tac, tac, tac.
Aparta los brazos muertos de sus compañeros y levanta el suyo
tac, tac, tac, tac,
así es como suenan sus nudillos en los azulejos.
Tac, tac, tac, tac,
escucha de nuevo, es ella,
y tac, tac, tac, tac,
responde,
soy yo.
El tiro de gracia. No ha habido.
Si esto es estar vivos, estamos vivos.
Parecen decirse en cansado morse
de un lado a otro del tabique acribillado.
Y qué decir, que años después, ya es el futuro,
y es quizá otra guerra o tal vez es exactamente la misma,
ni él ni ella pueden estar muy seguros,
pero no hay duda de que van perdiendo,
y que otra vez son ellos los derrotados.
Les han rapado la cabeza,
los llevan a tumbos, exhibiéndolos por las calles del pueblo.
Son veinte los presos que desfilan.
Lloran, protestan, piden perdón, se lamentan.
Todos excepto dos ancianos, un hombre y una mujer,
que cogidos de la mano
caminan lentamente en silencio.
Es el futuro, pero se parece mucho al pasado y al presente,
y ahora los soldados se paran en una plaza
y ordenan que les traigan vino,
y mandan a los presos a su casa
pero los citan entre risas al amanecer siguiente,
junto al cementerio.
Y ella y él
se quedan en casa,
temblando y compartiendo el calor y el miedo,
y el horror y el hastío y la nausea,
bajo las mantas en la cama.
Desde allí pudieron escuchar los tiros.
Faltan los nuestros, pensaron.
Nuestros tiros faltan,
son esos huecos de silencio que ahora mismo escuchamos.
El grupo de soldados se presentó no mucho más tarde.
Traemos algo para vosotros, les dijeron,
mostrando las balas que ahora metían en los fusiles.
Es el futuro, pero se parece mucho al pasado y al presente,
quisiera decir que las armas son ahora armas del futuro,
rayos fugaces, luces blancas,
las pistolas láser de La Guerra de las Galaxias,
pero no, son balas, balas y fusiles,
siguen siendo metal y fuego y muerte.
Los sacan a la puerta de casa
y les arrancan las mantas que aún les cubren,
y así, allí mismo los fusilan.
Se los llevan en una carretilla
hasta una fosa común abierta
donde los vuelcan
y los juntan y amontonan con los otros cadáveres.
Un niño los ha seguido hasta allí,
en cuanto se marchan los soldados
se tumba contra el tronco de un árbol, junto a la fosa.
Espera y espera y pasa el día y llega la noche,
y ¿qué espera que pase?
nada pasa cuando juntas un montón de muertos.
Pero algo ha debido de oír ese niño del futuro,
por que no se mueve de allí, y se duerme,
y con las primeras luces algo le despierta,
y observa como un dedo asoma sobre el límite de la fosa,
y luego es una mano, y luego otra,
y luego otra y otra.
Cruzan sus miradas con la del niño
que es el único que parece sorprendido.
El tiro de gracia, dice uno, no nos lo han,
ya, le interrumpe el otro con la mano ensangrentada.
Beben agua de la cantimplora que el niño les alarga,
se alejan, seguidos por el muchacho,
de la que iba a ser su tumba
y se pierden por los caminos con su lento caminar de ancianos.
Estoy cansado, sabes, muy cansado, dice uno,
ya, yo también, dice el otro.
Estamos vivos, dice,
mira, vivos, estamos vivos, dice uno,
venga, no te pares, sigue, continúa,
dice el otro.
Otra historia
Es un libro voluminoso,
antiguo, bien encuadernado,
lo abre,
usando una cuchilla dibuja el hueco,
marcando y recortando las páginas, sin temor.
Imagino que primero colocó la pistola,
dejando también, cuidadoso,
un hueco abajo, a la derecha, para las balas.
Con la cuchilla marcó la forma del arma en la página,
y siguió cavando, excavando,
la forma misma de la pistola.
Fue abriendo hueco hasta que el arma
encontró acomodo perfecto,
como una cartuchera,
entre las páginas del libro.
Colocó las balas en el hueco abierto para ellas
y comprobó que el libro cerraba perfectamente,
solo era un libro más,
pero con una pistola dentro.
Quemó los restos de tanta excavación,
los papeles sobrantes,
con todas sus pequeñas letras,
y eso que pensó que tal vez allí,
entre aquellas sobras,
quizá hubiera también una historia,
vale, se dijo, pero esa
será otra historia,
y no esta.
Coloca el volumen,
de nuevo, de vuelta
en su lugar en la estantería,
es solo un libro más,
pero con una pistola dentro,
sí, mira,
es solo un libro más.
Nadería #2
Como si nada,
nada, nada de nada,
tú haz como si nada.
Se termina aquí
nuestra historia de amor,
que más o menos fue nuestra,
y que más o menos fue de amor;
y seguimos ahora, ya,
con nuestra vida,
y mira, tú y yo,
en estos años, qué poco nos hemos separado,
pues va y se termina,
se rompe, estalla, se evapora,
aquí, ahora mismo, ya, de un segundo a otro.
Pero, mira, escucha,
seguimos con nuestro vida
y hacemos
como si nada.
Como si nada,
nada, nada de nada,
y seguimos, como si nada.
Esta historia, que más o menos fue nuestra,
y más o menos fue de amor,
aquí se termina,
como si nada.
Has estado un tiempo haciendo como si algo,
pero desde ahora y hasta nueva orden,
tú haz como si nada,
has estado haciendo como si algo,
haz ahora como si nada.