Tres ángeles
Los tres cuerpos congelados
aparecieron al entrar la primavera,
se escuchaban los pájaros,
y los verdes nuevos, hermosos,
se dibujaban como puntos
pegados a las ramas,
fue entonces
que nos entregaron
estos tres bellos cuerpos,
fina, profunda y completamente congelados.
¿Cómo descongelamos aquí los cuerpos de los muertos?
Igual que lo harías tú,
igual que lo haces en casa,
les damos su tiempo, dejamos que el calor,
y el tiempo, vayan haciendo su trabajo.
Caen gotas,
hay cubos que colocar.
Sobre las asépticas losetas blancas
se forman pequeños riachuelos, fríos y saltarines,
hechos del agua misma que vino de arriba, de la montaña,
que se aleja corriendo,
ahora contenta y viva,
de los cuerpos de los muertos.
Aquí es donde se descongelan los cuerpos congelados
y yo soy el encargado de acompañarlos,
todas esas horas, todo ese proceso.
Tomo notas, miro, vigilo.
Tengo una silla, una lámpara,
cubos y ropa de abrigo.
Paso aquí muchas horas,
días y noches,
y claro, a veces pienso, o imagino, o deseo,
que mis fríos amigos abren los ojos,
mueven los brazos,
hacen un esfuerzo, rompen el hielo
que aún les rodea los labios,
y casi esbozan una sonrisa.
Estos tres de aquí,
dos mujeres y un hombre,
son bellísimos.
Su belleza es angelical,
es fácil imaginar esas caras
desapareciendo, poco a poco,
bajo nuevos y leves velos de hielo superpuesto,
hasta ser tapados
del todo
por la densidad blanca,
o repasar ese mismo proceso, pero en sentido inverso,
hacia atrás,
y ver como esos velos, uno tras otro,
se desvelan,
deshaciendo en agua
la dureza del hielo,
y trayéndonos de nuevo
sus caras,
y sí, su belleza es angelical,
tres cuerpos congelados,
tres cuerpos angelados,
así se descongela un ángel,
y aquí, así, estoy yo esta noche,
rodeado de ángeles congelados,
velando su dormir,
imaginando su despertar.
Tres ángeles
que vienen de algún sitio
diferente, misterioso y distante,
y están de vuelta
con una buena nueva
asomando tras el hielo de los labios.
Me he dormido,
y es el frío lo que de golpe me despierta,
o quizá sea el sonido de las plumas,
el chasquido animal de las grandes alas
desplegándose de nuevo,
y justo me da tiempo a levantarme
mientras se alejan desde la ventana,
y los sigo con la mirada,
y me asomo,
y ya no los veo,
y aquí junto a mí ya no hay tres cuerpos,
solo hay una lámpara, una silla y un frío atroz,
y tres cubos llenos de agua casi helada,
y son la huella, y son mi prueba,
y aquí ante vosotros la traigo,
y está diciendo,
que eran ángeles,
que eran tres ángeles,
y este agua es el zumo, el resto,
lo que queda de cómo se descongeló un ángel;
miradla, parece solo agua, agua fría,
pero creedme,
este agua antes fue hielo,
y rodeaba y abrazaba a cada uno de estos tres ángeles
que al entrar la primavera,
me trajeron congelados,
aquí están estos cubos, este agua
que lo demuestra,
eran tres ángeles
y así,
aquí,
es como se descongela un ángel.
Porque eres un muchacho excelente
Tras diez primeros años
sin que ni uno solo de sus deseos
ni remotamente, se cumpliese,
más bien todo lo contrario,
en su onceavo cumpleaños decidió
soplar las velas
y desear
justo lo contrario
de lo que realmente
deseaba.
Tampoco entonces,
tampoco así,
consiguió que ni uno solo de sus deseos,
ni remotamente, se cumpliese.
Así que tras otros diez años,
en su veintiún cumpleaños
decidió soplar las velas
y desear justo, y plena, y abiertamente,
lo que deseaba.
Qué decir,
que ni remotamente,
tampoco así, consiguió
lo que buscaba.
Una novia, entonces, le vio preocupado
y trató de ayudarlo, le dijo,
igual, cariño, es que eliges tus deseos fatal,
rematadamente mal,
igual es que los eliges muy, muy mal.
Así que decidió volver a cambiar de estrategia
con las dichosas velas,
y no desear lo que realmente deseaba,
sino que sus deseos fueron cuidadosamente pulidos,
seleccionados de entre un surtido de los sugeridos
por su novia, sus amigos, papá, mamá;
por avezados cazadores de tendencias,
y por diversos editores de revistas nacionales;
en general gentes al día,
gentes que parecían saberlo todo
sobre la correcta elección de los deseos;
un buen equipo que lo ayudaba y lo orientaba
en su elección.
Y les dio tiempo, otros diez años,
pero qué decir,
que tampoco así las cosas funcionaron,
no, más bien todo lo contrario.
Y esto es ya una vida entera soplando,
celebrando años
uno tras otro.
Cien mil velas
y todos estos deseos
de los que ya ni se acuerda,
¿que fue lo que yo quería,
qué fue lo que yo quise?
solo sabe que no se cumplieron,
ni remotamente,
jamás.
En su cuarenta y un cumpleaños
decidió,
con un oriental, desprendido y casi budista gesto,
que las velas se las apañaran,
y se apagaran solas,
solas ellas, al alcanzar, abandonadas, la tarta:
mirad, esto es todo, mirad,
así es como se apagan las velas, remolonas,
como si dudaran un instante,
sí, quizá un instante de duda,
cuando llegan a la tarta.
Naturalmente,
y eso que decidió
darles un tiempo,
diez años de velas a su aire,
tampoco, tampoco así
consiguió que sus deseos
se cumplieran.
No, ni remotamente,
tampoco así.
Pero mira, déjame que te lo diga,
ya va siendo hora de que te lo diga:
eres un muchacho excelente,
esa es la verdad,
así que asómate a la ventana
este es tu regalo,
te va a encantar lo que vas a ver,
sí, almacenes, son almacenes blancos,
en línea, hacia el horizonte, eso es lo que ves:
en uno, en el primero, están todas esas velas,
todas las velas de una vida,
en una parte apiladas todas las que, esfumadas, ya se han ido,
en otra parte bien guardadas las que están aún por venir,
son espacios grandes, limpios, bien ordenados,
mira por la ventana, si te asomas
podrás ver otros almacenes,
grandes y extrañamente familiares,
uno que guarda todo el aire que salió de tus pulmones,
otro, más allá, contiene todo el que aún habrá de salir,
ese otro todas las danzas de las pequeñas llamitas,
en aquel se almacenan todas nuestras risas,
un poco más allá, en aquel otro,
casi ni se ve, nuestras lágrimas,
en ese de allí nuestro estar juntos, en aquel otro nuestro separarnos,
nuestro celebrar, nuestro lamentar,
cada uno,
cada cosa,
en su almacén.
Eres un muchacho excelente,
esa es la verdad,
así que vente cuando quieras,
ahí están tus regalos
puedes verlos ahí, enfrente,
por la ventana, extrañamente familiares,
asómate,
porque eres un muchacho excelente y siempre lo serás.
Y siempre lo serás,
y siempre lo serás.
Un mojón gordote de Susana Díaz
Al principio,
cuándo y dónde quiera que esto empezase,
le pregunté a una bella chica
con la que por entonces me juntaba:
¿por qué, a cambio de qué,
te comerías un mojón gordote de Susana Díaz?
no, me dijo, no, por nada,
por absolutamente nada,
yo nunca haría eso,
no, yo nunca, jamás haría eso.
No quiso verme más, y añadió:
¿Qué clase de mente enferma,
qué clase de vida tan vacía
puede generar preguntas como esas?
Asentí
y me fui.
Con unos amigos, en una cena,
esperé a los postres.
Pregunté, ¿por qué, a cambio de qué,
os comerías un mojón gordote de Susana Díaz?
Hablaron de horror, de asco, de desagrado.
Pero vi que, al fin,
uno de ellos parecía madurar una respuesta.
Dijo, ¿pero qué clase de mente enferma podría pensar algo así?
Es peligroso llevar una vida tan vacía,
vacía de cualquier sentido,
vacía como la tuya.
Vale, vale, ya asentía y ya me iba,
cuando, sin embargo, y tras esa introducción, se retrepó en su asiento
y dijo: la paz mundial,
¿la paz mundial? preguntaron los otros.
Sí, lo haría por la paz mundial,
me comería un mojón gordote de Susana Díaz
a cambio de la paz mundial.
Su frase quedó en el aire,
y todos parecieron aprobar,
serena y fraternalmente,
sus palabras y
su innegable, mayúsculo sacrificio.
Algo nuevo me rondaba la mollera.
Hay algo más, dije:
todo el mundo sabría que lo has hecho,
creo que es importante.
Se levantó, enfadado,
y muy poco pacífico:
¡¿Qué coño estás diciendo ahora?!, gritó.
Estoy diciendo que no es lo mismo comerte
un mojón gordote de Susana Díaz
y que nadie lo sepa,
a comerte ese mismo mojón gordote de Susana Díaz,
y que todo, absolutamente todo el mundo,
lo sepa.
Que te señalen:
Sí, ese tío nos ha traído la paz mundial,
que buen tío,
pero ostia, ostia, se ha comido
un mojón gordote
de Susana Díaz.
A mí me pareció un matiz importante,
pero unánimemente, y a la de tres,
me rogaron que me fuera de allí,
y ya nunca más
me han invitado
a sus cenas.
Poco tiempo después yo y mi vacía vida
nos encontramos pegando la hebra,
con unos desconocidos, en un tren,
parecían gente abierta, curiosa y tolerante.
Les dije, perdonad que os haga una pregunta.
Y la hice.
Ostia, es que te puedes morir,
hasta morirte puedes, joder;
dijo encendido y medio molesto, uno de ellos,
una chica se reía, sin embargo,
y opinaba que seguro que la alimentación de Susana Díaz
era rica, compleja, nutritiva,
tal vez lo fueran, también,
sus heces.
Otro dijo: a mí me hace pensar
en pucheros, rotundos pucheros andaluces,
y tostadas con montañas de manteca colorá,
comida que, al amparo de los ambientes climatizados,
en los consejos del partido,
en el tintado coche oficial,
o en su mullido asiento
de la tribuna de oradores,
se irá transformando,
a través de un más que correcto recorrido
por el tracto intestinal,
en el tremendo y brillante,
ligeramente blandito, quizás, por dentro,
mojón gordote de Susana Díaz
del que veníamos hablando.
Entendí que me entendía, que se interesaba,
y que algo más en claro podríamos sacar del asunto,
pero justo el tren paraba y él se levantaba,
y se marchaba con una sonrisa,
sin aclararnos a cambio de qué,
a cambio de qué este simpático viajero
se comería un mojón gordote de Susana Díaz.
Desde el andén aún tuvo un momento
para, con un gesto, llamar mi atención,
y para mirarme con un mirada
que me señalaba, y que decía:
sí, pero qué vacía,
pero qué jodidamente vacía vida llevas,
y el tren continuó su marcha,
mientras yo hacía un gesto
de quizá, o de sin duda,
o de qué se yo,
con los hombros.
Llegué y me bajé
cuándo y dónde quiera que fuese el destino
que aquel tren llevase,
quizá ese fuese también el mío, mi destino,
y aquello no fuese si no otra nueva parada
en el inútil, estéril, y muy vacío,
camino de mi vida,
el caso es que, al poco, me vi sentado
junto a otros compañeros de mesa y de vino,
y lo pasábamos bien,
hubo mejillas coloradas, e incluso abrazos,
semillas de amistad entre compañeros de bar,
y de siempre he pensado que aquello es lo mío,
que esa es mi patria, que a nada más pertenezco,
y que ese, y no otro, ha de estar escrito,
si es que lo tengo,
como mi destino.
Así, me pareció lógico preguntar,
y conocer su opinión.
Y lo hice, y luego hubo un muy largo silencio.
Seguimos bebiendo,
hasta que uno, de cara tostada por el sol
y ojos casi transparentes,
miró hacia fuera, hacia la puerta y la claridad,
la mirada especialmente perdida,
y eso que las gentes de los bares
somos especialistas en miradas perdidas,
miraba como si su mirada cansada
mirase al universo entero.
Entonces volvió y la recogió completa, y de una vez,
de vuelta a sus ojos,
como un camaleón que recoge su lengua,
y miró entonces directamente a los míos,
me dijo,
¿sabes? los peligros de llevar una vida demasiado vacía
se manifiestan en cosas como esa.
Un poco cansado ya, le dije
sí, eso ya me lo sé,
créeme, ya lo he oído antes,
pero no es eso lo que te he preguntado,
eso ya me lo sé,
pero no es eso lo que te he preguntado.
Bebió y dijo, es verdad,
bebió un poco más, y dijo,
yo solo puedo hablarte del infierno de vida que llevo,
que no duermo, me levanto de noche,
que el día lo paso moviendo las manos,
haciendo con ellas cosas que no entiendo,
cosas que igual tienen sentido para otro,
pero desde luego no para mí,
las miro allí, abajo, y me parecen las manos de otro,
quizá haya unas manos dentro de las mías,
dirigiéndolas
como una marioneta,
miró otra vez al universo entero
y bebió, y dijo,
joder, me he hecho viejo,
y solo puedo decirte que esta,
justo esta, es mi vida,
y ¿sabes? estas, estas son mis manos,
y si hay unas manos moviéndose dentro de las mías
pues también esas son mías,
y si dentro de esas hay otras manos,
cada vez más pequeñas,
pues vale, todas y cada una de ellas son mías,
todas mías, todas son mis manos,
y ahora las voy a usar
para brindar por ello,
y dijo, qué me importa a mí
comerme una nueva mierda,
comerme un mojón gordote de Susana Díaz,
saborearé, al fin, el poder,
¿a cambio de qué?
a cambio de casi nada,
a cambio de verme las manos
y saber y creerme que son mías
que se mueven por algo,
y que soy yo quien las mueve.
Llenó nuestro vasos vacíos
con esas manos absolutamente suyas,
y, alzando el vino,
brindó:
por el mojón gordote de Susana Díaz
y todo lo que haya de traer,
y sí, allí, todos a una, compañeros de bar,
brindamos por el mojón gordote de Susana Díaz
y todo lo que haya de traer,
y a continuación dejamos nuestras miradas perderse,
por las esquinas del bar,
por las esquinas del universo entero.
Y ahora yo también brindo con vosotros,
por todas y cada una de vuestras razones
para comeros todos y cada uno
de los mojones gordotes de Susana Díaz
que en el mundo sean.
Cuándo y dónde quiera que todo esto empezara,
cuándo y dónde quiera que los trenes nos lleven,
aquí, ahora, nos encontramos,
y sí, vale, se pone uno de rodillas,
clama a los cielos,
vomita, se lava los dientes,
y vomita otra vez,
pero ahí está la vida,
ahí está uno de vuelta a la vida, a pesar de todo,
sin saber porqué, cómo o para qué,
pero ahí está uno
de vuelta en la vida.
El futuro ya está aquí
querido papá
dime otra vez al oído
que el futuro ya está aquí
y dame capirotazos con una revista pornográfica enrollada;
mi querida mamá,
que empezaba todas y cada una de sus frases
con la expresión: "no hay nada peor que…",
querida mamá,
atleta incombustible
a la búsqueda de su propio exquisito cadáver,
pero mírala ahora,
tratando de cortarse las yemas de los dedos
con un hacha mal afilada,
y no hay nada peor que un hacha mal afilada;
no te rías de ti,
deja que sean los demás los que se rían de ti.
búscate una chica
o una familia adoptiva
o échate al mar y desaparece.
No importa cuán lejos me encuentre,
igual, de vez en cuando, se presentan,
son apariciones:
miro por la ventana y allí están.
papá me dice otra vez que el futuro ya está aquí.
y me da capirotazos con una revista pornográfica enrollada.
mamá arrastra su exquisito cadáver
y trata de cortarse las yemas de los dedos
con un hacha mal afilada.
No te rías de ti,
deja que sean los demás los que se rían de ti.
búscate una chica
con los dedos cortados
y ten con ella unos críos
a quienes decirles al oído
que el futuro ya está aquí
o simplemente
échate al mar y desaparece.
Historia de Matilde y su madre sabia
Historia de Matilde y su madre sabia.
He aquí que traigo
la historia terrible
de la triste niña Matilde,
pero también
las sabias palabras
que desesperada
su madre, al fin, un día
a su hija dedicara.
Matilde quería conservarse,
no dejar nada perdido,
ir entera hasta la muerte
y llevar todo consigo.
Todo, todo, lo guardaba
y al final de cada año,
vestida de rey mago,
a sí misma se regalaba
una colección de cofres
con regalos bien atroces:
uno lleno de pelos caídos,
otro con cera de oídos,
y toda suerte de fluidos;
uno con células muertas,
otro, en fin, lleno de mierda.
Su madre preocupada
cada poco preguntaba,
¿tanto te quieres, vida mía?
tanto, mamá, le respondía,
recogiendo las lágrimas
que por las mejillas le caían.
Todo, todo, lo guardaba
y vestida de rey mago,
a sí misma se regalaba,
al final de cada año,
una colección de cofres
con regalos bien atroces.
Su madre preocupada
cada poco preguntaba,
¿tanto te quieres, vida mía?
tanto, mamá, le respondía,
mirando con avaricia
las uñas nuevas que crecían.
Hasta aquí hemos llegado
me parece ya demasiado:
qué tremenda tontería,
le dijo su mamá un día,
si de veras quieres durar
algo tendrás que dejar:
empieza a escribir novelas
o ve y descubre un planeta
y allí en la oscura noche,
llámalo con tu nombre:
Matilde Rodríguez Ponte
brillando en el horizonte.
Si de veras quieres durar
algo tendrás que dejar.
Y también tú,
tú, que me escuchas,
si de esta canción
quisieras sacar lección,
la cosa no tiene más:
olvídate de conservar
y hazle caso a la mamá
que este consejo te da:
si la vida es un suspiro
haz que sea divertido
que la pena ha merecido
haberos a todos conocido;
la cosa no tiene más
olvídate de conservar
y hazle caso a tu mamá:
si la vida es un segundo,
un momento que interrumpo,
pues que sea bien fecundo
y más hermoso haga el mundo.
Nada me vine a llevar
todo lo vine a dar.
Matamoscas
acaban de anunciarlo oficialmente:
las moscas son ángeles
y los ángeles son moscas.
100 generaciones matando ángeles
a capirotazos
y lo acaban de anunciar:
son ellas los ángeles,
los enviados de dios,
trayendo la buena nueva
junto a las vacas,
tras el azúcar,
contra las ventanas,
o pegadas en rulos de pegamento hasta la muerte.
discutamos el sexo de las moscas,
escuchemos los zumbidos de los ángeles.
escuchemos trompetas celestiales,
discutamos miel, azúcar, y mierda.
si hubieran podido hablar
nos lo hubieran dicho a gritos:
somos nosotras los ángeles
no esos ridículos impostores mofletudos de los cuadros,
somos nosotras las de las flechas y el amor,
nosotras, posadas en los labios de los niños hambrientos,
somos los angelitos a los que tanto adoráis.
nosotras, blancas, impolutas y celestiales
somos exterminadas espachurradas aniquiladas
con vuestra pericia nacional en el uso del matamoscas
en las aburridas siestas de los veranos infinitos de España.
somos nosotras los ángeles,
los enviados,
lo acaban de anunciar oficialmente
y lleváis 100 generaciones
matándonos a capirotazos.
las moscas dicen que son ángeles,
que el paraíso es oscuro y pegajoso y eterno
como una tarde de verano llena de zumbidos.
los pintores se equivocaban:
las moscas son ángeles
y los ángeles son moscas,
acaban de anunciarlo,
y ya es oficial.
La muerte pintada en la cara #2
Tengo la muerte pintada en la cara.
Tengo la muerte pintada en la frente.
Tengo la muerte pintada en la polla.
Tengo la muerte pintada en los tuétanos.
Tengo la muerte pintada en las sienes.
Tengo la muerte pintada en un ex libris que sella corriendo y al vuelo,
atrapando cada uno
de los míseros pensamientos que aún se me escapan de la mollera.
Tengo la muerte escrita
en negrita,
en cursiva,
subrayada,
y en MAYÚSCULAS,
en mi secuencia de ADN.
La tengo descrita sin margen de error
en mi mustio árbol genealógico,
que no tapa el bosque
porque no es árbol ni es arbusto,
sino planta abandonada en maceta de plástico barata,
en balcón de persiana bajada
de piso vacío de barriada chunga;
olvidada por el agua
y achicharrada por el sol más cruel e indiferente;
alimentada con tierra mantillo de tienda china de los veinte duros,
ahora reseca y sin memoria de nutrientes,
y tapada entera por colillas muertas
fumadas con avaricia
por idiotas desalmados que nos dejaron
allí, así clavado,
su recuerdo.
Eso es mi árbol genealógico,
mi pequeño arbolito
tan desgraciado y tan mío;
así que hago lo único que puedo hacer:
calcular las distancias, medir los esfuerzos,
tomar aire y determinación,
y, a la de tres, comenzar a escalar.
Subir con seguridad de hombre araña
la fachada chunga de barriada pobre,
tostado mi cuerpo al sol,
cayendo las gotas de mi frente pintada de muerte
al suelo cada vez más alejado,
donde gentes vestidas de chándal
apuestan divertidas sobre mi ruina.
Subir con seguridad de infra hombre,
triste aprendiz de araña,
al rescate de esa estúpida planta,
mi pequeño arbolito
tan desgraciado y tan mío.
Porque NO tengo la muerte pintada en la cara.
Porque NO tengo la muerte pintada en la frente.
Porque NO tengo la muerte pintada en un ex libris
que sella corriendo y al vuelo,
atrapando cada uno
de los míseros pensamientos que aún se me escapan de la mollera.
Lo que yo tengo es mucho cansancio
y mucha mala leche,
hechas una mueca mentirosa
sobre mi cara verdadera,
y mira,
ahora tengo también este arbolito,
tan desgraciado y tan mío,
y aquí lo traigo,
apretado bajo el brazo.
Soria
(Obra de teatro,
dos actores: ROSA y DIRECTOR)
DIRECTOR.- Aquí os traigo datos fresquitos de la OMS:
Organización Mundial del Suicidio;
de la que el director de esta obra, yo mismo,
en tanto experto en técnicas del suicidio teatral,
formo parte:
ROSA.- (lee) "En el mundo se suicidan cada día 2700 personas
y lo intentan 54000".
DIRECTOR.- 51300 personas
llevan a cabo suicidios fallidos,
cada día,
¿cuántos de ellos son puro teatro?
¿A cuántos de ellos
podría asesorar un director teatral,
como yo, especialista en suicidios teatrales?
ROSA.- A ninguno, querido director mío,
ni uno sólo de ellos es un acto teatral.
He ahí un rabioso acto de vida.
He ahí un acto solitario, desesperado,
nadie quiere asesoramiento técnico,
y quizá todos necesitan amor y atención.
DIRECTOR.- ¿Un teléfono de la esperanza?
ROSA.- Un teléfono de la desesperanza.
DIRECTOR.- Si son 54000 al día los que lo intentan,
¿cuántos más, cuántos otros,
sin llegar a intentarlo,
lo rodean, lo paladean, lo tientan, no se lo quitan de la cabeza?
¿Cuántos, Rosa?
Rosa se abre de brazos, exageradamente,
en gesto de desconocimiento, mientras niega con la cabeza.
ROSA.- Quizá sean de esos
de los que dejan para mañana
lo que pudieron hacer hoy;
los que hoy no,
pero mañana, pasado mañana,
un día de estos,
el terrible día del anti-cumpleaños,
formarán parte de la cifra de los 54.000,
hasta cumplir y llegar
a la media diaria
que la OMS anuncia
y espera.
DIRECTOR.- Rosa, cómo he de decirlo.
Déjame que te cuente, de esto me acuerdo:
en una ocasión se enfrentaban
en un partido de copa del rey
el Numancia de Soria contra el FC Barcelona.
El comentarista dijo que en el Camp Nou
cabía la totalidad de la provincia de Soria.
ROSA.- Es rigurosamente cierto, lo he comprobado:
Soria: 95.223 habitantes.
Camp Nou; 99.354 espectadores.
DIRECTOR.- Bien, cómo he de decirlo;
la ciudad de Soria se suicida, entera,
cada dos días.
Lo intenta, al menos.
Pero lo intenta en serio.
O quizá teatralmente.
Mira a Rosa, esperando su reacción,
ella niega, molesta, con la cabeza.
ROSA.- ¿Teatralmente?
Ninguno, querido director mío.
Ni uno sólo de ellos es un acto teatral.
El director se une a las palabras de Rosa,
las declaman al unísono:
ROSA y DIRECTOR.- He ahí un rabioso acto de vida.
He ahí un acto solitario, desesperado,
nadie quiere asesoramiento técnico,
y quizá todos necesitan amor y atención.
DIRECTOR.- Dije quizá, o quizá no dije nada.
Déjame que vuelva a mis sorianos suicidas.
La mitad de la provincia de Soria:
fuera, out, vacía, cada día.
Un rosario de muertos.
Recojan a los cadáveres,
recojan a sus cadáveres.
Cada dos días no queda nadie.
Es de suponer
que el suicidio sería la gran industria local,
sogas, pistolas, barbitúricos,
qué frenesí de adquisiciones.
Necesitarán asistentes, directores de escena…
Nuevo cruce de miradas con Rosa,
que se lleva las manos a la cabeza.
DIRECTOR.- Bien, cada dos días se suicida,
o lo intenta, la provincia entera de Soria,
o el aforo completo del Camp Nou de Barcelona,
a elegir.
¿De cuántas provincias de Soria
o estadios del FC Barcelona disponemos
antes
de la (auto) aniquilación definitiva?
ROSA.- ¿Quieres que haga las cuentas,
en serio, querido director, quieres que haga las cuentas?
DIRECTOR.- No.
El mundo entero se está suicidando.
Y no hablo del calentamiento global,
la barbarie destructiva del supuesto progreso,
o del fin del petróleo;
no hablo de ese suicidio,
que suicidio es, al fin y al cabo.
Hablo de la acción directa,
del terrible acto,
de la mano de cada soriano
alzándose contra el cuello de cada mismo soriano.
Golpe a golpe
soriano a soriano,
el mundo entero
se está suicidando.
Avanza en silencio.
DIRECTOR.- Estaré al otro lado
del teléfono de la desesperanza
y escucharé
¿cuántas llamadas, cada día, cuántas llamadas, Rosa?
Rosa repite su gesto
de desconocimiento e incapacidad
ante lo inabarcable.
Y les diré, ¿qué les diré?
Rosa empieza, el director se une a continuación:
ROSA y DIRECTOR.- Les dirás
que ni uno sólo de ellos es un actor teatral.
Y que el suyo no es un acto teatral.
Que es un rabioso acto de vida.
He ahí un acto solitario, desesperado.
Y que la rabia es hermosa, y la desesperación es hermosa.
Les dirás,
por ejemplo, que su rabia y su desesperación
no están muy lejos de su amor y de su atención,
y ese amor y esa atención que dan
pronto les vendrán de vuelta.
DIRECTOR.- Les diré las palabras necesarias,
las medias mentiras, las medias verdades
del teléfono de la desesperanza;
y no les he de decir,
sin embargo,
que los vomitorios vomitan sorianos
que acuden al Camp Nou
como nuestras vidas van hacia la muerte,
como los ríos van hacia la mar.
Eso era un río, ahora esto es el mar.
Esto es el mar, y esto es el Camp Nou,
el teatro de los sueños, y aquí,
César, los sorianos que van a morir,
te saludan.
Cerdo
(Transcripción literal de las palabras grabadas de Antonio Benítez Mora, en Linares de la Sierra, Huelva; en marzo de 2010.)
Bueno, pues eran tres y se fueron en búsqueda de un cerdo por ahí por los campos; que saben dónde los hay; y no buscan cualquiera, buscan uno pequeño, así, mono, pequeñito y rosadito, ¿no?. Y llevan pintura, negra, pintura buena, que no se va, vaya… y unas cartulinas así cortadas. Y bueno, pues van y lo cogen, entre dos, estos saben sujetar al animal sin más líos, claro, porque si no, la que se monta; y entonces esos dos pues lo cogen de un lado y del otro, y así con cuidado que no se mueva, ¿no?; y el tercero va con la pistola de pintura y coloca las cartulinas así, paralelas y hace un rectángulo fino y alargado y las sujeta y pinta, pasa varias veces la pistola y termina y retira las cartulinas, y ahí queda, perfectamente dibujada sobre la espalda del animal, la ranura de una hucha.
La muerte pintada en la cara #1
No tiene la muerte pintada en la cara
pero se toma 150 antidepresivos y otros 50 somníferos,
a pesar de lo cual
y quizá porque no tiene la muerte pintada en la cara,
no se muere,
entonces se arrastra hasta alcanzar las bufandas
y se cuelga de una viga con una de ellas,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
cae con todo su peso
y no se muere,
de allí se arrastra hasta el cajón donde se guardan las pistolas,
elige de entre todas las balas
la que habrá de abrir la puerta al final de sus días
y se dispara sin pensarlo más en la sien,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no muere,
y se arrastra hasta el horno de gas,
lo abre, lo abre a tope y mete dentro la cabeza,
espera y espera,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara
pues sencillamente no muere,
y de allí se arrastra hasta el garaje
donde coloca una manguera en el tubo del coche de sus esposa
y se sienta en el coche cerrado
a esperar
al fin, el fin,
a pesar de lo cual
y quizás porque no tiene la muerte pintada en la cara,
no muere,
no, no se muere,
así que se arrastra hasta el balcón
desde donde tan bella vista se vislumbra
y se pone en pie
y se arroja al vacío contra el duro suelo
muchos más metros abajo,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no se muere,
por lo que sube a casa en ascensor
y rápido y determinado va a la cocina
donde escoge el más afilado de los cuchillos
y sin dilación
se lo clava en el estómago,
invitando a sus propias tripas a desalojar su cuerpo
con un certero movimiento en forma de siete,
un desgarro completo,
un trabajo de carnicero fino
por el que sin embargo,
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no se muere,
por lo que se arroja hacia la calle,
pregunta tienda por tienda
hasta comprar un paquete de mata ratas
y allí mismo lo ingiere entero, una por una,
cada una de esas bolitas azules,
a las que añade arsénico,
arsénico que también,
en el mismo establecimiento,
adquiere,
a pesar de lo cual,
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no se muere,
así que se arrastra hasta las afueras de la ciudad
en busca de la vía del tren,
una vez hallada esta,
coloca la cabeza sobre el frío metal y espera pacientemente
hasta escuchar el sonido de los indios
acercándose,
pasa el tren, pasa el tren con sus quince vagones
sobre su cabeza apoyada en el frío metal
a pesar de lo cual,
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no se muere,
por lo que vuelve a casa a tomar una ducha
y aprovecha para abrirse las venas,
paralelamente a las susodichas,
como recomiendan los que de esto saben
y no con el torpe y usual corte perpendicular,
y, por si acaso,
añade un radiocasete, un radiador y un secador de pelo
que, todos encendidos y funcionando a tope,
arroja al agua donde se baña,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara,
no se muere
por lo que busca por el suelo del colegio próximo
una jeringuilla libre con la que se inyecta
20 centilitros de aire en alguna de las venas aun disponibles,
aire que se abre paso con ímpetu
entre la sangre cansada hasta el corazón,
donde atraviesa en solitario la meta,
a pesar de lo cual
y quizá por no tener la muerte pintada en la cara
no se muere.
No, no se muere.
A pesar de todo no, no se muere.